Intrusión

Acabo de descubrir una nueva cosa, hecho, comentario o situación, como quieran llamarle, que me encabrona sobremanera.

Cuando era joven, o mejor dicho, cuando todavía no era mamá, escuchaba a “los grandes” decir que no era bueno comentar o entrometerse en la educación que ciertos padres dan o dieron a sus hijos, pues era de mal gusto.  Honestamente me detenía a analizar el asunto porque en ese entonces pensaba “¿eso qué?, ¿qué tiene de malo el comentario?” y remataba con un “¡pues qué padres tan delicados!”.

Obvio, eso pensaba porque no era madre (y padre) aún.  Pero ayer me encorajiné con un amigo-conocido justamente porque no solo me dio su opinión sobre lo que estoy haciendo en cuanto a la educación de mi hijo sin consultarme antes si podía hacerlo… además, ¡lo hizo en un tono de burla!

Juan Pablo tiene algunas necesidades especiales que hay qué atender y en eso estamos trabajando desde hace más de un año. Sin embargo, ahora que ha crecido un poco más decidí ofrecerle más alternativas para que conozca nuevos amigos y rodearlo de un ambiente de niños, como debe ser.

Pues este individuo se atrevió a cuestionarme por qué había elegido a los Boys Scouts como actividad extra escolar de mi hijo, rematando su atrevimiento con frases estúpidas como “lo vas a hacer un inútil”, “mételo a un deporte donde se haga hombre y no ande vendiendo galletas en la calle”.  Dicho sea de paso, se enteró de esta nueva actividad de mi retoño a través del muro de mi feisbuc.

Por supuesto, puse al tipo en su lugar pues, además, es una persona que hace años no veo y ni siquiera conoce a mi hijo.  Y por si eso fuera poco, yo no le permito ni al padre del Manotas el que me cuestione qué hago con mi hijo. 

¡Por Dios! La responsabilidad ha sido mía desde hace casi seis años totalmente y siempre he tratado de darle lo mejor, de darle oportunidades para superar sus dificultades y que cualquier hijo de vecino venga a entrometerse en algo tan delicado sacó en mí lo más visceral de los Torres para ponerlo en su sitio.

Entrando al lado amable del asunto, Juan Pablo lleva dos semanas como miembro de la colonia de Castores de los Boy Scout 37 De La Salle, quienes se reúnen en la primaria del colegio de Manotas, que, dicho sea de paso, me sirve para que vaya acostumbrándose a ese lugar en el que estudiará dentro de un año, cuando deje preescolar.  Honestamente estamos felices los dos. Son tres horas a la semana en las que trabaja en equipo,  aprende a acatar órdenes, aprende a independizarse porque tiene qué buscar la forma de sobrevivir a las pruebas que le pone Mónica, su líder.  Son tres horas de juegos y esfuerzos en las que lo veo feliz, desenvuelto, libre.

Hace unos días conocí a Patricio, uno de los músicos-cantantes de Jésed Ministerio de Música, quien resultó ser ex Lasallista y ex Boy Scout y textualmente me escribió a mi correo:

“Por experiencia propia, ¡qué padre que metiste a tu hijo a los Scouts!, es una de las mejores escuelas de vida.  Te forma con valores tremendos como amor a Dios, a la patria, al ser humano y a la ecología.  ¡Felicidades! Estoy seguro que un día llegará a ser un hombre de bien, ya lo verás…”

Así que no creo estar equivocándome.  Mi hijo necesitaba convivir con más niños y esto también le servirá como terapia, además, necesito ayuda para encaminarlo de la mejor manera y con esto de los Scouts apenas estoy iniciando el largo camino de buscar y encontrar lo que realmente le guste.

Juan Pablo, dice, quiere ser como Russell, el niño de Up Una Aventura de Altura, película que nos encanta a los dos.

Estoy muy orgullosa de Juan Pablo, mi Manotas.