jueves, 6 de octubre de 2011

Acariciando el final feliz


Estos días han sido muy tensionantes.

Entre la pérdida de empleo y la búsqueda de uno nuevo, en una Ciudad en la que la mayor parte de la población está desempleada, se agregó un estrés emocional desde el fin de semana anterior: la ausencia de Dalí Miguel, mi perro de 8 años de edad.

Salió de casa la tarde-noche del sábado, como todos los días, y nada más no regresó. Comencé a preocuparme a las primeras 24 horas de su ausencia.

El lunes me enteré que había pasado la perrera el sábado, cosa que me pareció improbable, pues ellos no trabajan en fin de semana, así que tenía mis dudas.  Y sí, luego me confirmaron que no trabajan ni sábados ni domingos.

Aún así me lancé de noche al Centro Antirrábico a buscarlo.  Obviamente, como era de noche, no pude cerciorarme que estuviese ahí, pero no sé por qué me vine a casa con la esperanza de que así era. 

Dejé un recado en la puerta de cristal del lugar con la ubicación de mi casa, el nombre de mi hijo mayor (Dalí Miguel) y mi súplica: ¡Por favor, no lo sacrifiquen!

El martes amanecí ahí.  Honestamente, iba muy contenta y armada con su correa y una sábana para regresarnos juntos en taxi, pues mi coche sigue en el taller (esa es otra historia).

Por ese recado, a mi llegada, ya tenían el antecedente las casi 10 personas que trabajan ahí y que estaban todas juntas en la recepción.  La mayor parte hombres.  Solo dos mujeres, una de ellas veterinaria.

Les expliqué a detalle de dónde creía que lo habían recogido y hasta ese día no habían pasado por ahí (ellos pasan por calles de donde reciben reportes). 

Así que ahí mis esperanzas y optimismo comenzaron a convertirse en todo lo contrario, pues significaba no tener la certeza de si Dalí seguía con vida, si lo habían metido a un taller donde probablemente pasaría el resto de su vida amarrado, si lo habían envenenado o atropellado.

Llegué a mala hora pues aunque era súper temprano, apenas la hora en que abrían, cuatro hombres estaban tras bambalinas sacrificando a los animales y por esa razón me negaron el acceso.

Supliqué mucho que me dejaran pasar y que si era necesario detuvieran los sacrificios para poder entrar y asegurarme que él no estaba ahí; la doctora me sugirió que esperara a que terminaran de “dormir” a los perritos (¿¡ya para qué!?) y yo me quedé impávida.

No sé si los conmoví (aún yo estaba controlada entonces) o los harté, el caso es que me hicieron caso o me dieron por mi lado.  Detuvieron los asesinatos de perritos para entrar a ver si estaba Miguel ahí.

Apenas crucé la puerta y miles de lágrimas comenzaron a rodar en mis mejillas y lloré y lloré con mucho sentimiento.  Primero, porque era casi un hecho que Dalí no estaba ahí según lo que platiqué con esas personas.  Estaba desilusionada.  Pero, también por lo que vi ahí dentro.

Me pasaron solamente al área donde estaban asesinando a esos inocentes… había excremento y orines por todos lados, pues los perros no controlan esfínteres por el miedo que tienen a ese sufrimiento.

Había perros sin vida, de todos tamaños, en bolsas de plástico y decenas de canes en dos jaulas comunes, que fueron las que me mostraron.  No puedo olvidar los ojitos de súplica de esos “niños”, estaban aterrados y esperanzados a que yo los rescatara a todos.

Miguel no estaba ahí y yo no podía parar de llorar.  Eran las 9:30 horas y salí de ahí casi corriendo.  Solo atiné a levantar la mano a modo de despedida de todos los que estaban en recepción… solo escuché a la veterinaria decirme en tono de regaño:

“¡Por eso no queríamos dejarla pasar, por eso mismo!”…

Me detuve en la esquina llorando amargamente, no podía respirar y así me regresé a casa, llorando en el Metro inconsolablemente.  La gente me veía y a mí me valía madres que se dieran cuenta… me dolía todo el interior.  No pude parar de llorar hasta las 13:00 horas que fui por Juan Pablo al colegio.

Ese día caminé muchísimo pegando pósters de Dalí Miguel en los que ofrecía una recompensa, tarea que continué el día de hoy.

Todas estas noches no he podido dormir, he estado esperando la llamada, la noticia… Nada.

Hoy, después de las 15:00 horas, volví a ir al Antirrábico, esta vez armada con pósters que continué pegando camino al Metro.  Esta vez me acompañaron Manotas y mamá.

Estaban dos personas, dos hombres mayores.  Los empleados administrativos y veterinarios ya se habían retirado.

De inmediato me dejaron pasar una vez les entregué el póster de la búsqueda.  Otra vez, me llevaron a las jaulas comunes.

Vi una perrita hermosa, de raza fina que desconozco el nombre.  Tenía una bola colgando por detrás, roja, en carne viva.  Me comentaron que era su matriz y que por esa jaula comenzarán los sacrificios mañana temprano (sacrifican martes y viernes –cultura general-).  Había perros lindísimos, que se veían que habían sido mascotas bien cuidadas y otros que nunca tuvieron la suerte de tener una familia y que por fin (desgraciadamente) habían llegado al final de su triste vida.

Mucha gente cree que en estos lugares sacrifican con inyecciones de las que los veterinarios particulares utilizan para practicar la eutanasia a las mascotas de sus clientes y que son dos.  Una para dormirlos y otra que les provoca el infarto fulminante.  Aplican la primera para que no sea dolorosa su muerte.

No.  La realidad es que los mojan y les ponen cables de corriente eléctrica.  Así es como mueren.  Con dolor, terror y miedo.

Iba de regreso a la recepción donde me esperaban mis dos acompañantes ansiosos, pues Juan Pablo no tiene acceso a las jaulas por su edad.... pero hice lo que el martes no hice: pedí oportunidad de ver los pasillos de jaulas individuales.  Solo estaban ocupadas las primeras 10 del primer pasillo.

Vi un perro, otro, otro más y al llegar a la última…

...

¡Ahí estaba Dalí Miguel!

¡No crean, tenía mis dudas, porque estaba sucio y delgadísimo!  Así que tuve qué pedirle a mamá que entrara ella a confirmar mis sospechas, pues aunque le hablé por su nombre y me respondió moviendo la cola de felicidad, aún lo dudaba.  Y en realidad no lo dudaba, ¡sino que no lo podía creer!

Mamá entró y sí.  Confirmado (aunque la vi dudosa). 

Pues ya me explicaron que ellos no pueden entregarme a mi mascota, sino que mañana a primera hora debo presentarme.  Me harán llenar una carta responsiva y ahí pueden esterilizarlo (castrarlo) y eso será lo que pediré.

Volví a entrar yo a cambiarlo de jaula para que los empleados supieran que ese perro ya fue reclamado.  Se dejó agarrar solo por mí (como siempre) y se quería venir conmigo.  El señor que amablemente estaba conmigo me dijo:  "No hay duda, es su perro".

Le dije a Miguel que no se preocupara, que mañana iré por él, que tuviera paciencia y que espero que haya aprendido la lección (como yo).

Estoy tan tan tan feliz.

Las últimas noches, con el silencio de la madrugada, cada ladrido por más lejano que se escuchara, me parecía que era Miguel y salía a buscarlo, pero nunca dí con esas voces.

Mañana amaneceré ahí.  Sé que debe estar preocupado y ansioso (como su madre).

¡Gracias a Dios!

5 comentarios:

  1. que bien po ti, pero por otro lado que coraje y que impotencia senti al leer esto =(

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  2. Gracias a Dios ¡ya se acabó la pesadilla! Me alegra grandemente que ya lo encontraste, ahora si a cuidarlo y que no te vuelva a pasar. Vas a ver de aquí para delante puras buenas noticias... ya veras.

    Te mando un abrazo y un saludo.

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  3. Awww me hiciste llorar a gota gorda, como se atrevennn a electrocutarloss, hijos de ... pero la justicia es divina
    y a ti te voy a dar un zape bien bueno Elenaaa, aunque Dali sepa andar en la calle solo, como responsable que eres de él debes sacarlo a pasear con correa y recoger lo q deje por ay, espero aprendas la lección y lo cuides mas...

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  4. Te entiendo....pero que bueno que lo encontraste y tu angustia termino..ahora a cuidarlo como oro molido....

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  5. Gracias a Dios que lo encontraste pero que rabia por lo de los otros pobres perritos....
    que impotencia!!

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